El Espejo de la Bruja

Desde mi prision de cristal...detrás del espejo...

A Mi Brillante Dama:

En un atardecer jamás visto antes. Allí te encontré. Mirabas como caía la tarde, mientras el mar arrullaba con sus olas la blanca arena de la playa. Tú, sujetabas con la diestra la pamela cuidadosamente colocada en tu sien, para que no volara junto a la brisa del mar.

A lo lejos te observé desde las sombras, pues casi el sol había muerto. En un suspiro, te giraste y me viste. No te asustaste, ni te inquietaste al ver un extraño. Solo sonreíste, mi brillante dama, mientras la oscuridad se hundía sobre ti como la inmensidad del océano.

Y algo se conmovió en el interior de mí ser, si así puede llamarse. Tan bella, tan pura y tan deseosa. Comenzaba el juego de la noche entre dos desconocidos al pie de una playa de arena suave, mientras el ya oscuro cielo comenzaba a salpicarse de las luminosas estrellas, y la luna hacia su aparición como una sonrisa burlona.

Sin temor en tus ojos aceptaste mi invitación al paseo. Cortésmente te tendí mi brazo y andamos durante un largo rato. Caíste en la atracción de mis palabras, en el juego de miradas, no temías mis sugerentes susurros, ni se te erizaba la piel con mis caricias, cuando te envolvía entre mis brazos. Sentía tu corazón desbocado, pero aun así no te frenaste.

Nuestros labios se rozaron lentamente, llevándonos a un suave beso, y comprendí que eras luz. Tus vehementes manos recorrían mi impávida piel humildemente, y sentí mi ser vibrar con ello. Pero era inverosímil, no podía ser. Extasiados, tuve que dominarme para no llevarte lejos.

Me elevé contigo en brazos y, temblorosa, te aferraste a mí pidiéndome que te llevara conmigo, sin saber si quiera quién era realmente. Por un instante creí sentir algo, pero no podía ser realidad. Tus ojos resplandecientes por tus lágrimas me decían que querías que ese fuera tu último atardecer, que me esperabas.

El destino jugaba conmigo de nuevo, y yo sin saber qué hacer. Preferiste parar de sollozar y aferrarte a mí con un pequeño mohín, entregándote a mí. Durante un rato más prolongué nuestro paseo por el cielo nocturno, junto al álgido viento que nos amparaba, mientras me mirabas con un gesto tierno, el cual no sabía que quería decir. Ya sabias lo que era, más bien, lo esperabas. Y yo me dejaba llevar por el destino como un títere que solo hace que lo su amo, ese majadero corazón, le imponía para que se moviera.

“Estoy muerto. Soy un atroz e impío asesino, solo es comida. No es nada. ¿Por qué no acabo ya con esta incertidumbre de mi ser y me doy un banquete con ella? ¿Por qué no puedo?” Mi agitado ser no dejaba de decirme que no te soltara jamás. Pero el demonio que está en mi interior solo te distinguía como unas escarlatas gotas de existencia.

Sangre. Lo anhelaba, lo codiciaba y lo ansiaba. La eternidad es demasiado molesta hasta que siento el agridulce sabor del líquido carmesí deslizándose por mi garganta. Pero cuando por fin mi demonio había aplacado al poco ser que subsistía en mí, y mis colmillos me iban a procurar la satisfacción que deseaba, me volviste a hablar.

“Confío en ti mi adorado desconocido”. Tenías la certeza de que no te haría daño. Y en ese momento la tuve yo de que serias mi perdición, mi brillante dama. Por eso no pude hundir mis colmillos en tu nívea piel, y empleé una de mis facultades para que durmieras.

Por un instante creí sentir mi corazón latir apresurado, pero eso era imposible, yo estoy muerto. Mi ser quería tenerte por la eternidad junto a él, pero mi querida dama resplandeciente, no quería mancharte con mi pecado, pues tu pureza te hacer ser más preciada para mí, y el temor de tu desprecio por mi capricho, hace que el corazón que has hecho que vuelva a latir duela.

Esperé la aurora observando cómo soñabas recostada sobre mi hombro, en las sombras. Cuando el esplendente astro comenzó a mostrarse tímidamente te dejé, aunque eso hiciera que se me inquietara el alma, esa sombra que me acompañaba recordándome las cadenas de sangre que la ataban a mí.

Sobre tu regazo, tu pamela, en la que dejé estás dóciles letras, de un ser infame que, por primera vez en siglos, ha recordado que es la conciencia. Has removido mi ser de las cenizas, y si aceptas seré tu guardián eterno, por el tiempo que me permitas, pues lo que deseo en realidad, nunca podría ser.

Tú, mi brillante dama, ángel de luz que ha caído en mis brazos, en una noche tachonada de estrellas, dominio de mi tenebroso ser que se extiende como una sombra en estas tinieblas. Poco faltó para que tu grácil silueta de desvaneciera en esta oscuridad, pero tu dulce voz devolvió al demonio al lugar al que pertenece, y el infierno de éste a mi corazón.

Mis negras alas te protegerán y mi poder te cuidará. Hoy me has dado la vida y me has recordado el dolor de sentir la muerte pues, dulce y brillante ángel, jamás podré estar contigo, porque de ningún modo me permitiría arrojarte a mis tinieblas.

Serás mi faro guía, la única luz que veré en mi eternidad y, cuando tú no estés o no desees que te guarde, desapareceré junto al crudo viento de la marea que una vez nos unió. Por ti y por siempre. Nada más que un vampiro, un señor sombrío que desea ser tu ángel de alas negras.

Tu eterno enamorado.



0 comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales

Sobre este blog...

Ratos de aburrimiento, en los que me asalta la inspiración...

Seguidores